
La bajada del telón se hizo sin mucho estruendo, no hubo ovaciones ni aplausos, esta ópera -como todas- pertenece a un género de música teatral en el que una acción escénica es armonizada, cantada y tiene acompañamiento instrumental, pero tiene la particularidad de estar representada en los sótanos del castillo, de esa madriguera medieval y tétrica por la que arrastro mi indignidad en las tardes de hastío.
Aún lucía el sol
primaveral de Mayo, pero la luz no llegaba a iluminar los altares por donde
pasaría yo. Esas hornacinas cubiertas de telarañas apenas dejaban entrever las últimas
creaciones de los siervos, pues los miserables amos corroídos por la envidia y
lacerados por el pestilente olor que desprendían sus almas las mantenían
semiocultas tras sus preciosos anuncios de edenes y jardines multicolores. Estaban
tras las falsas promesas de felicidad eterna en otra vida mejor tras los altos
muros de piedra, en lo alto del torreón.
Mis ojos cegados
por las luces de neón de la engañosa publicidad no me dejaron ver la obra de mi
amiga Ana, ella que logró engañar a la malvada bruja Maléfica colocándole en
sus propias narices el duro y triste retrato de la vida entre las paredes del
infierno. “Al hilo del arte, hilamos fino”,
ese es el eslogan elegido para conseguir nuevas almas y que abruptamente colocaron
sobre el diseño de esta joven artista cordobesa a la que tanto admiro.
Tres caras
iluminan la entrada de la escuela, tres semblantes textiles que me acompañaran
en los últimos días de clase, cada rostro me recordará su interrogante mirada,
su deseo de conocimiento, y por supuesto sus ganas de escapar.
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