Las armaduras medievales fueron un
elemento esencial para los caballeros de la Edad Media, resguardándoles ante
las acometidas que pudieran sufrir, pues eran de metal y cubrían todo el cuerpo
de los caballeros de la Baja Edad Media y principios de la Edad Moderna.
Ese es el recuerdo que tengo y que quiero
compartir, es un hombre con armadura, en lo alto de una colina, estaba al final
de un largo sendero estrecho y pisoteado, dejaba ver bajo sus pies la húmeda
tierra, roja y suelta, desgranada y limpia. El peso del guerrero con todo su
atalaje había arrancado la verde hierba del camino, dejando tras de sí silencio
y desolación. El resto del paisaje no podría describirlo, pues no ha llegado a
estos días con tanta viveza, sólo me queda eso ese gran hombre ampliado por mi
pequeño tamaño debido a mi corta edad. El estaba allí, en lo alto de la
montaña, la luz estallaba sobre su pulido traje dañando mis sensibles pupilas
máxime si tenemos en cuenta que acababa de entrar en el cine y mis ojos no se habían
acostumbrado a la penumbra lógica reinante en el lugar.
Allí estaba yo de pie mientras nos buscaban
butaca, mi recuerdo no llega mas allá de esa imagen, no se quién me acompañaba,
es quizá una de mis vivencias mas antiguas, también tengo la imagen de ese
yelmo brillante, muy limpio que devolvía reflejos azules a la pantalla, unos
preciosos celestes que pronto se rompieran en mil pedazos, en cientos y miles tonalidades del espectro.
Este ser era perseguido por alguien o algo
(esto me hace ser prudente y pienso también que pueda ser un sueño recurrente,
la verdad es que no podría confirmar ni una cosa, ni la otra), por tanto al
llegar al final del camino, sólo le quedaba una opción para continuar su huida,
y esta era la de lanzarse al vacío, hacia un cristalino lago que había bajo el
sendero, pero tendría que arrojarse a él con todo el peso que portaba y así lo
hizo, pude ver como se tiraba al agua y se hundía mientras llenaba toda la
estancia de burbujas de aire, de tiras de agua de tantas tonalidades que
incluso no podríamos imaginar, con esa magia que sólo nos da el cine y los
recuerdos, mi sueño se hundía en la fría linfa mientras se desvanecía en la
noche de los tiempos, pues allí, en ese momento desaparecen todos los
recuerdos.
Nunca he podido olvidar aquello, debió de
impactarme tanto que aun hoy, que con más de medio siglo de edad lo recuerdo,
sin miedo ni añoranza, sin pudor ni tristeza, sólo como un fotograma más de la
trama de mi película, una pequeña tesela del mosaico de la vida, de mi vida.
Me encuentro tecleando en mi ordenador,
intentando escudriñar algo sobre mi recuerdo, sobre mi vivencia y si en algo me
influyó, pero la verdad es que no consigo reconocer en aquello algo que pudiera
relacionarlo conmigo, pero puede que no sea así, queda un pequeño resquicio por
donde me pudo entra la luz, pues en mi faceta como creador frustrado hay algo
que puede estar influenciado con mi armadura, con mis azules con el hierro
forjado y con los pulidos aceros.
Comenzando por esas tonalidades que sólo el
mar, el agua, el cielo y sobre todo, todos juntos nos dan, las quiero plasmar
en mi última obra pictórica, el lienzo más grande que jamás pintara, en mis
“peces solubles”, allí es donde intento infructuosamente localizar esas
burbujas de aire en el agua mientras se hundía mi medieval figura, esos hilos
de agua retorciéndose sobre la armadura, esas fugaces luces que me cegaron.
Azules, añiles y cobaltos entremezclados, colores tan amalgamados y ensuciados
que destrozarían el alma de cualquier poeta. Blancos teñidos y gastados,
argénteo color burdamente manchado con mis pigmentos, texturas lijadas rudamente
hasta perder la consciencia.
Nuevamente me encontraba en mi mundo, en mi
pasado, en definitiva buceaba en mi subconsciente, y así de una manera
introspectiva colocar otra pieza en mi caos interior, intentando reconstruir lo
gastado por el tiempo y buscando lo perdido en la noche de los tiempos.
Los azules están ahí, sólo hay que
encontrarlos y recogerlos, luego de limpiarlos y organizarlos los colocamos en
sus respectivos botes para repartirlos por la superficie a ensuciar y así ya
con todo dispuesto nos encontramos con la pieza que nunca tuvo interés en salir
al mundo y menos aun que nadie pudiera mirarlo y tocarlo impúdicamente como si
de algo formal se tratase.
Estudio forja en La Escuela de Arte de
Granada, allí no hay colores, no hay azules, la luz no entra por sus grises
ventanas ni hay vida, pues el fuego de la fragua purifica todo. El paraje sombrío e industrial
donde se desenvuelve mi actividad hace que resulte muy difícil diferenciar el
arte de las estructura que por allí hay apiladas, puede que todo sea uno y por
eso esa dificultad para discernir y separar lo uno de lo otro.
Hace unos meses, cuando estaba realizando
mi primera pieza, martilleando una chapa de hierro para darle forma en el tas,
un profesor amigo mío, Alberto, se interesó por la pieza (es un buen pedagogo),
según me dijo le gustaba la forma que le estaba dando y me dijo “lo próximo que
hagas debería de de ser una armadura”. Así quedó todo, pero esas palabras me
retumbaron durante largo tiempo en mi cabeza. Primero y sobre todo, porque se
interesara por mi trabajo primigenio,
pero luego, pensé que no seria tan descabellado hacer un trabajo así, pues
siempre me han llamado mucho la atención estas defensas medievales tan
especiales.
La idea se iba fraguando en mi mente, hasta
que un día se lo comente a mi maestro de taller y este me dio vía libre para el
trabajo. Ya sólo me quedó comenzar a darle forma en mi libreta, y después de
algunos bocetos comencé mi yelmo, ese trabajo que realizo en estos días y que llena mis tardes de colegio.
Hasta aquí llegó esa tarde de cine, ese
recuerdo que a día de hoy estoy dándole forma como pintura y como escultura. Después
de todo puede que me condicionara mucho más de lo que pienso aquello que vi o
soñé en mi niñez, algo que hoy comparto y que quizás algún día cuando ya no
tenga memoria me pueda ayudar a comprender mi vida, mi pasado, y en definitiva
a mí mismo.
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