domingo, 24 de febrero de 2013

YELMO PARA PECES SOLUBLES





            Las armaduras medievales fueron un elemento esencial para los caballeros de la Edad Media, resguardándoles ante las acometidas que pudieran sufrir, pues eran de metal y cubrían todo el cuerpo de los caballeros de la Baja Edad Media y principios de la Edad Moderna.
   Ese es el recuerdo que tengo y que quiero compartir, es un hombre con armadura, en lo alto de una colina, estaba al final de un largo sendero estrecho y pisoteado, dejaba ver bajo sus pies la húmeda tierra, roja y suelta, desgranada y limpia. El peso del guerrero con todo su atalaje había arrancado la verde hierba del camino, dejando tras de sí silencio y desolación. El resto del paisaje no podría describirlo, pues no ha llegado a estos días con tanta viveza, sólo me queda eso ese gran hombre ampliado por mi pequeño tamaño debido a mi corta edad. El estaba allí, en lo alto de la montaña, la luz estallaba sobre su pulido traje dañando mis sensibles pupilas máxime si tenemos en cuenta que acababa de entrar en el cine y mis ojos no se habían acostumbrado a la penumbra lógica reinante en el lugar.
    Allí estaba yo de pie mientras nos buscaban butaca, mi recuerdo no llega mas allá de esa imagen, no se quién me acompañaba, es quizá una de mis vivencias mas antiguas, también tengo la imagen de ese yelmo brillante, muy limpio que devolvía reflejos azules a la pantalla, unos preciosos celestes que pronto se rompieran en mil pedazos, en cientos y miles  tonalidades del espectro.
    Este ser era perseguido por alguien o algo (esto me hace ser prudente y pienso también que pueda ser un sueño recurrente, la verdad es que no podría confirmar ni una cosa, ni la otra), por tanto al llegar al final del camino, sólo le quedaba una opción para continuar su huida, y esta era la de lanzarse al vacío, hacia un cristalino lago que había bajo el sendero, pero tendría que arrojarse a él con todo el peso que portaba y así lo hizo, pude ver como se tiraba al agua y se hundía mientras llenaba toda la estancia de burbujas de aire, de tiras de agua de tantas tonalidades que incluso no podríamos imaginar, con esa magia que sólo nos da el cine y los recuerdos, mi sueño se hundía en la fría linfa mientras se desvanecía en la noche de los tiempos, pues allí, en ese momento desaparecen todos los recuerdos.
   Nunca he podido olvidar aquello, debió de impactarme tanto que aun hoy, que con más de medio siglo de edad lo recuerdo, sin miedo ni añoranza, sin pudor ni tristeza, sólo como un fotograma más de la trama de mi película, una pequeña tesela del mosaico de la vida, de mi vida.
   Me encuentro tecleando en mi ordenador, intentando escudriñar algo sobre mi recuerdo, sobre mi vivencia y si en algo me influyó, pero la verdad es que no consigo reconocer en aquello algo que pudiera relacionarlo conmigo, pero puede que no sea así, queda un pequeño resquicio por donde me pudo entra la luz, pues en mi faceta como creador frustrado hay algo que puede estar influenciado con mi armadura, con mis azules con el hierro forjado y con los pulidos aceros.
    Comenzando por esas tonalidades que sólo el mar, el agua, el cielo y sobre todo, todos juntos nos dan, las quiero plasmar en mi última obra pictórica, el lienzo más grande que jamás pintara, en mis “peces solubles”, allí es donde intento infructuosamente localizar esas burbujas de aire en el agua mientras se hundía mi medieval figura, esos hilos de agua retorciéndose sobre la armadura, esas fugaces luces que me cegaron. Azules, añiles y cobaltos entremezclados, colores tan amalgamados y ensuciados que destrozarían el alma de cualquier poeta. Blancos teñidos y gastados, argénteo color burdamente manchado con mis pigmentos, texturas lijadas rudamente hasta perder la consciencia.
   Nuevamente me encontraba en mi mundo, en mi pasado, en definitiva buceaba en mi subconsciente, y así de una manera introspectiva colocar otra pieza en mi caos interior, intentando reconstruir lo gastado por el tiempo y buscando lo perdido en la noche de los tiempos.
   Los azules están ahí, sólo hay que encontrarlos y recogerlos, luego de limpiarlos y organizarlos los colocamos en sus respectivos botes para repartirlos por la superficie a ensuciar y así ya con todo dispuesto nos encontramos con la pieza que nunca tuvo interés en salir al mundo y menos aun que nadie pudiera mirarlo y tocarlo impúdicamente como si de algo formal se tratase.
    Estudio forja en La Escuela de Arte de Granada, allí no hay colores, no hay azules, la luz no entra por sus grises ventanas ni hay vida, pues el fuego de la fragua  purifica todo. El paraje sombrío e industrial donde se desenvuelve mi actividad hace que resulte muy difícil diferenciar el arte de las estructura que por allí hay apiladas, puede que todo sea uno y por eso esa dificultad para discernir y separar lo uno de lo otro.
    Hace unos meses, cuando estaba realizando mi primera pieza, martilleando una chapa de hierro para darle forma en el tas, un profesor amigo mío, Alberto, se interesó por la pieza (es un buen pedagogo), según me dijo le gustaba la forma que le estaba dando y me dijo “lo próximo que hagas debería de de ser una armadura”. Así quedó todo, pero esas palabras me retumbaron durante largo tiempo en mi cabeza. Primero y sobre todo, porque se interesara por mi  trabajo primigenio, pero luego, pensé que no seria tan descabellado hacer un trabajo así, pues siempre me han llamado mucho la atención estas defensas medievales tan especiales.
  La idea se iba fraguando en mi mente, hasta que un día se lo comente a mi maestro de taller y este me dio vía libre para el trabajo. Ya sólo me quedó comenzar a darle forma en mi libreta, y después de algunos bocetos comencé mi yelmo, ese trabajo que realizo en estos días  y que llena mis tardes de colegio.
     Hasta aquí llegó esa tarde de cine, ese recuerdo que a día de hoy estoy dándole forma como pintura y como escultura. Después de todo puede que me condicionara mucho más de lo que pienso aquello que vi o soñé en mi niñez, algo que hoy comparto y que quizás algún día cuando ya no tenga memoria me pueda ayudar a comprender mi vida, mi pasado, y en definitiva a mí mismo.

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