Cierra los ojos y
abre un frasco de esencia de azahar, ya estas en disposición de recorrer un
viaje en el tiempo, aléjate cuanto necesites en la distancia y sueña, revive la
niñez y sonríe, que el paseo va a comenzar y todo esta preparado para que la
regresión sea placentera y te invada una inmensa felicidad propia de los bebés.
Comienzo yo
relatando la mía, vuelvo atrás en el tiempo treinta y cinco años, cuando tenía
dieciocho, me encuentro en una ciudad nueva para mí, iba flanqueado por mis
amigos Eduardo Lama y Antonio Ruiz y me enseñaban su ciudad natal, era una
florida primavera y percibía algo nuevo en mi vida, pues me encontraba con un fuerte y penetrante perfume algo dulzón, esta
fragancia que para siempre me recordaría a la bella y sultana Córdoba, lugar
por donde hoy paseo nuevamente para reencontrarme con mi pasado, aunque esta
vez acompañado por mi amada y bella esposa, cogidos de nuestras sudorosas manos
paseábamos por sus calles y jardines por la calurosa y embrujada ciudad.
Los naranjos no
estaban en flor, y a mis amigos no los vi, cambiaron sus carreras y sus vidas,
como también lo hiciera yo, ya nada era igual, aunque lo único diferente era yo
mismo, el tiempo no había cambiado la ciudad, pero si a mí. Un hombre mayor deambulaba por enésima vez por otra desértica
calle, su pesado y lento paso se dejaba ver por las estrechas costanillas,
sobre su pulida cabeza reverberaba el sol del medio día, haciendo imposible ver
nítidamente su redonda cara, y su peso le hacía imposible andar sin jadear,
faltándole el aliento a cada paso que daba, tambaleándose sobre los adoquinados
callejones, allí esta Juan nuevamente, aunque un tanto indolente y sin la
curiosidad propia de la juventud, no esperaba nada nuevo, nada que revolviera
mis entrañas, ni que evocara mi perdida fantasía.
Calle tras calle
pasaban ante mí, pues su paso era mas rápido que el mío, apenas si miraba a mi
alrededor, sólo me asomaba a ver algún patio desde fuera y poco más, hasta que
sucedió el milagro, en un recodo, en un atajo, o puede que en un despiste
propio de mi desidia, tropiezo con algo fuera de lo común, algo que no
pertenecía al entorno, me encontraba junto a una diacronía indescriptible, algo
o alguien lo había puesto allí e incomprensiblemente yo lo encontré, no pude ni
pestañear, no se como explicar aquel fenómeno que se desarrollaba justo en
frente de mí, aquello me dejó desarmado, indefenso, no lograba articular ningún
sonido inteligible, tampoco pude apartar mi mirada y desde lo mas profundo de
mi ser me estremecí, nunca pude imaginar que mi paseo pudiera terminar así,
pues me encontraba en el año 974 sin haberme movido un milímetro, sin que
hubiera pasado un sólo segundo, estaba en la callejuela de Los Arquillos, en la
confluencia de la calle Cabezas, nombre este último que evoca el origen de la
vía y que una antigua leyenda medieval, transmitida por juglares castellanos
contaba.
Agarrado a la
puerta de hierro forjado y oxidado me quedé maravillado, estaba asombrado,
aturdido, era un lugar fuera de lo común, esta calle que ostenta descarnados
muros de ladrillo y un escalonado pavimento empedrado, y haciendo honor a su
topónimo, la cruzan transversalmente unos arquillos que acentúan la perspectiva
de profundidad. En este lugar anida uno de los muchos mitos históricos que la
ciudad alumbra, y de la que proporciona pista la lápida que figura al exterior:
“Dos insignes historiadores cordobeses, Aben Hayan, Ambrosio de Morales, y un cantar
de gesta castellano nos dicen que en el año 974 en esta casa estuvo preso el
señor de Salas Gonzalo Gustioz y que las cabezas de sus hijos los siete
infantes de Lara, muertos en los campos de Soria, fueron expuestas sobre estos
arcos. Verdad y leyenda venerable, de fama multisecular en toda España”. Esto
esta escrito sobre un azulejo, e incomprensiblemente en ingles. El viaje a la
Córdoba bajomedieval me dejará una huella indeleble, haciéndome recapacitar
sobre mi visita y su significado.
Conozco también
estos días a un artista, la obra de un pintor cordobés, Pepe Duarte, él vuelve
a llevarme por un recorrido esplendido por el tiempo, la exposición me muestra
el camino que ha seguido a lo largo de su vida, su maravillosa geometría me
enseña a limitar los planos en cada obra. Maravilloso y extremadamente pulcro
dibujante consigue pintar con colores, sin líneas, su paleta me acerca a los
maestros, no en vano es maestro de maestros. Con él pude deleitarme rememorando
y recordando a admirados creadores de los últimos tiempos, porque José lleva el
germen de todos ellos en sus telas y en sus policromas tablas. Pero una parte
importante de lo expuesto representa la España humilde, la de posguerra, la mísera,
esa que nos han contado. La retrata maravillosamente, sin tapujos, cruda y
desnuda. Disfruté muchísimo con su trabajo y del hallazgo tan importante que
hice.
Días después y ya
con todo asentado me doy cuenta que esta regresión no viene sola, la vida gira
sobre sí misma, las olas al romper nos devuelven parte de lo que se llevaron y
así todo transcurre como es el caso en que me he encontrado al llegar a mi
casa, a Granada, me doy cuenta que debo de volver a mi rutina, al trabajo,
seguir estudiando, y sobre todo intentar crear para sentirme vivo nuevamente.
Tengo una amiga cordobesa,
una artista con la que compartí un curso y con la que mantengo un bonito y
fructuoso vínculo epistolar, ella se llama Ana Isabel Sevillano, y que al saber
que estaba en su amada ciudad me escribe: …“Estoy
deseando poder leer el fragmento de Córdoba. Espero que te esté gustando mi tierra,
no se qué es lo que tiene, pero si paseas por sus calles te llenan de energía y
alegría, el olor es diferente te sientes parte de la misma tierra, creando un
vínculo maternal que no se puede explicar…”. No soy el único que huele la
ciudad y oye su música, esta sensible y joven mujer siempre me enseña algo, y
en esta ocasión ha sido mucho. Pero no sólo ella me lleva por nuevos mundos,
pues he recibido un libro procedente de Argentina, Santina Francisca Barbera,
que sin saberlo cierra otro círculo, otra vuelta de la espiral, me manda un
haiku de Matsuo Bashō que dice:
No sigan las huellas
de antiguos, busquen
lo que ellos buscaron
Importante cita
de este poeta del periodo Edo, sobre todo en este momento en que me encuentro,
después de mi regreso del pasado y cuando curso estudios de caligrafía Shodo y
pintura Sumi. Así termina otro viaje, otra fantasía, y en definitiva otro
capítulo de la vida.