lunes, 24 de septiembre de 2012

CAMPOS DE CASTILLA, FRONTERAS Y HORIZONTES




                                     CIUDAD REAL, 24 Jul. (EUROPA PRESS) -
       Una fuerte tormenta, que ha propiciado que caiga gran cantidad de agua en pocos minutos.

    Noticia que recogen los periódicos de la región donde me encontraba hasta esta mañana, habíamos pasado unos días en Tomelloso, la ciudad de nacimiento del famosísimo pintor Antonio López, el cielo se había teñido de colores púrpuras, rojizos y finalmente un color plúmbeo nos cubrió, el aire se tornaba húmedo y fresco a pesar de estar en medio del verano, en la meseta y rodeados de trigales, esos que ampliamente sigue reflejando el artista en sus obras.
     Tomelloso es una ciudad española situada al noreste de la provincia de Ciudad Real, en la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. Está situada en el centro geográfico de la región natural de La Mancha, siendo la capital oficiosa de la Mancha Alta. Es el municipio con mayor población de la zona y el octavo de Castilla-La Mancha.
    También se puede afirmar que con anterioridad al asentamiento definitivo del año 1531, hubo otros que fueron abandonados, no olvidemos que en la Edad Media, La Mancha fue tierra fronteriza donde se producían frecuentes escaramuzas entre cristianos y musulmanes y que hacía estas tierras muy peligrosas. Probablemente era esta la razón, acentuada por las difíciles condiciones climatológicas y pobreza del terreno, que obligaba a los que intentaban establecerse en este lugar a abandonarlo. Cuando los cristianos consiguieron empujar a los musulmanes más al sur hasta su capitulación en 1.492, la repoblación de estas tierras se hizo más segura y surgió una notable actividad agrícola y ganadera.
   Bonito lugar para descansar, para crear y transmitir lo que pintaba y pinta este magnífico artista, allí descubrí el arte de su tío, de su descubridor, Antonio López Torres, pude ver su obra, sus pinturas y dibujos desde el lugar donde los sintió y los creó.
   Sentía en mis carnes la pasión de estos manchegos universales el último día de mi estancia, cuando se llenó el firmamento de relámpagos, iluminando la torre de la iglesia-catedral y recreando en mi pupila los colores que había saboreado en ese último atardecer de nuestro viaje. Pensaba en silencio mientras bordeaba los charcos ¿como serían aquellas  luchas casi tribales entre vecinos, en esos campos casi baldíos? Nunca hubiera pensado que todo aquello volvería a repetirse pocas hora después, una especie de Déjà vu, todo lo reviviría mas tarde, pero ya en mi casa en Granada.
      Abro mi buzón y encuentro el campo de Castilla, los campos de Castilla que cantara Antonio Machado en su poesía, allí entre papeles había un sobre diferente en forma y color, era pesado, pero la letra era femenina, firme y pausada, muy discreta pero formal.
   Tenía ante mí la recreación del final de mi viaje, había llegado antes que yo, pero ella venía de un viaje largo, muy largo, mil peripecias debieron de ocurrirle, pero finalmente llegó sano y salvo a esperar mi llegada, tenía en mis manos el libro que me mandaba Marcela Peral desde Rosario, Argentina. Un paquete fuertemente amarrado con un cordón de lana violeta, entre dos láminas negras. Guardaba en su interior el mismo campo gris plomo con una frontera negra a modo de  empalizada que recorta ese cielo que yo viera anoche, un cielo malva, maravillosamente ilustrado, muy bien liado y protegido su interior, pues intuía lluvias torrenciales desde el momento de su creación, adelantándose a mi viaje.
   Abro tímidamente el atadijo, quito el nudo, estudio la forma en que está todo envuelto, pareciera que tuviera que dejarlo todo tal cual estaba una vez escudriñado su interior. En él había una bonita carta, «manu scriptus», y en ella me daba las indicaciones para terminar de componer el libro, pues estaba suspendido su final, yo debía de ponerle las palabras que lo rellenarían, debía ser el maestro componedor de esta maravillosa obra.
   “Cárgame con tus reflejos” me indicaba Marcela, se refería a un espejo que suavemente había depositado en el interior del paquete y en el que había impreso las palabras “HORIZONTES” y “FRONTERAS”, estas estaban enfrentadas y se reflejaban en el cristal, dando sensación de profundidad y volumen.
   Estaba intentando cargar el espejo como me pedía mi amiga, pues quería que compartiera con ella, con todos vosotros mi horizonte, mis fronteras, como me transcribe en unos versos de Antonio Gómez “…cubramos de espejos horizontes y fronteras”.
    Ese bonito libro inconcluso, que yo he rellenado con mi mirada, me ha transportado a un lugar maravilloso y fantástico en el que me encuentro cada vez que me reúno con la sencillez de la naturaleza y el arte, y sobre todo con la fusión de los dos.
   

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