martes, 25 de septiembre de 2012

EL NORAY DE HIERRO FUNDIDO

        En marinería un noray es una pieza de fundición o acero moldeado que se dispone en los muelles para sujetar el buque en el puerto por medio de cuerdas, cadenas o cables.
   Esta pieza retiene la amarra mediante un reborde. Es un elemento firme, inamovible, y su peso puede variar desde los 500 Kg. hasta 1 tonelada.
   Los modelos más antiguos se fabricaban con hierro fundido, pero la corrosión era su gran enemigo, actualmente se emplea aluminio o acero inoxidable por su mayor durabilidad y resistencia a la corrosión.
   La jarcia de amarre es el conjunto de cabos y cables empleados en el amarre de un buque, que mantienen a este pegado al muelle gracias al noray. Tanto los largos como los travesines son cabos de fibra de polipropileno o equivalentes. Los esprines se construyen de cable de acero con una estacha de polipropileno en el extremo para darle mas elasticidad al conjunto.
   Siempre me han llamado mucho la atención este elemento que resalta en lo bordes de los muelles, ha sido un placer desde mi mas tierna infancia pasear por las darsenas de los puertos, ver esas grandes moles flotando sobre multicolores manchas de aceite que descomponian la luz en infinitos colores que golpeaban mi primitiva pupila, moldeando la sensibilidad que posteriormente alimentaria mi espiritu. Barcos por el que resbalaba el cardenillo hasta depositarse suavemente sobre los magníficos norayes que serpenteaban por todo el Puerto de la Luz.
   Estos amarres de formas fantasmagóricas siempre me han fascinado, cincuenta años después me he documentado sobre ellos para poder extenderme en este relato. Principio y fin de todo viaje que se preciase en la antigüedad, el punto de partida de todo emigrante, el ultimo anclaje con el pasado y el primer puente hacia una nueva vida.
   ¿Qué forma tienen esas inmensas moles?, no seria capaz de describirlo, pero lo que si se es que cada vez que veo uno, vuelvo a revivir esas sensaciones que me llenan tanto, ese placer de sentir profundamente los momentos especiales que me ha regalado la vida. Viendo esos edificios flotantes de todos los colores, siempre malolientes, en lugares sucios y solitarios, de noche y de día, con frío y lluvia o con un sol de justicia. Ellos siempre esperando una nueva maroma que sostener, con su herrumbre decorando su tocha envergadura hasta hacer desaparecer el sello del fundidor.
   Nunca sabré que es lo que me llama a contemplarlos, a olerlos a rodearlos como si de una escultura se tratara, y así intentar llegar a entender su triste soledad, les preguntaría tanto… Nunca me he atrevido a hablar con ninguno, son mayores, bastante mas que yo, rudos, si muy rudos, y es lógico, pues tienen que lidiar con marineros de todas la banderas, unos borrachos, otros enamorados, pero todos rudos, fuertes con grandes bíceps en sus brazos, con sus camisetas a rayas, fumando jovialmente y con la mirada siempre perdida, hundidos los grandes ojos rudamente enmarcados con grandes cejas grisáceas que contrastan con su tez morena quemada por el sol de largas singladuras.
   Tras unos pocos minutos todo vuelve a estar calmo, ya solo se oye el crujir de las cuerdas que amenazan con romper el noray, el rechino de los cables de las grandísimas grúas obsoletas que se desgajan en los diques secos y el suave golpear de las bordes de los barcos contra las enormes gomas que protegen los bordes del muelle, preciosos trozos negros sobresalen de los bordes. Al desgajarse se ven los cables de acero que a modo de urdimbre mantiene el conjunto unido al flexible caucho para componer una bonita sinfonía de tonalidades lúgubres y apestosas, raramente hay algún cangrejo en las proximidades de ellos que mas que animales parecieran mutantes.
   Vuelvo a fijarme en las formas de estos elementos que desde lejos se me aparecen como almenas de castillo, infranqueables y esquivos, pues solo ya mas de mayor he podido tocarlos y disfrutar de su tacto, rozar con mis uñas el tosco metal para intentar arrancar un trozo de orín para llevármelo a mi nariz y sentir esa fuerte sensación de agobio unido al miedo que me proporciona ese golpe fuerte, directo y seco a mi pasado.
   El recuerdo más lejano que tengo de ellos no fue en mi etapa de emigrante, pues tenía muy pocos años. Pero lo que si tengo muy viva es la sensación del olor a diesel unido a ruido y calor, todo ello en grandes dosis, me hace revivir la sensación de estar en la cubierta de un barco, humedad en grado superlativo, mucho viento y sensaciones de angustia, aun teniendo tanto horizonte frente a mi, solo podía sentir una sensación de ahogo, no se podía respirar ni pensar ni andar, todo se movía Todo se movía incluso días después de abandonar el barco.
   Lo ultimo que ya pensabas después de abandonar el barco era en ese trozo de hierro, no volverías a verlo ni a sentirlo hasta después de otra visita a las familia, pero no era mas que un punto perdido del viaje, el ultimo vestigio de la partida y llegada, algo que se repetiría a lo largo de mi vida y que nunca había pensado que me subyugara tanto.
Siempre que voy a un puerto de mar paseo por sus muelles, no hay cosa que ame más que ver un barco roto, oxidado, destrozado. Es maravilloso ver las costillas desvencijadas de estos animales casi prehistóricos. Mi mujer busca los barcos, le gusta encontrarlos antes que yo y decirme “mira, seguro que te encanta ese barco destrozado”. Me gustan muchísimo, no se que me evocan, pero esa paz que transmiten me dejan quieto, reflexivo, meditabundo, en fin me quedo extasiado ante tanta maravilla modelada por el paso del tiempo y la erosión.
   Espero que cuando veáis un noray seáis capaces de buscarle esa belleza interior que poseen y que os dejéis arrullar por sus historias.

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