domingo, 23 de septiembre de 2012

EL JARDIN DE HIERRO FORJADO

        El jardín de las delicias es una obra del pintor holandés Hieronymus Bosch (El Bosco). Se trata de un tríptico pintado al óleo sobre tabla de 220 x 195 cm la tabla central y 220 x 97 cada una de las dos tablas laterales (pintadas en sus dos lados) que se pueden cerrar sobre aquella.
       En la obra abierta se incluyen tres escenas. La tabla izquierda está dedicada al Paraíso, con la creación de Eva y la Fuente de la Vida, mientras la derecha muestra el Infierno. La tabla central da nombre al conjunto, al representarse en un jardín las delicias o placeres de la vida. Entre Paraíso e Infierno, estas delicias no son sino alusiones al Pecado. Son evidentes las representaciones de la Lujuria, de fuerte carga erótica, junto a otras de significado más enigmático. A través de la fugaz belleza de las flores o de la dulzura de las frutas, se transmite un mensaje de fragilidad, del carácter efímero de la felicidad y del goce del placer, realmente es todo un compendio de ilusiones, miedos y ansiedades.
      Está considerada como una de las obras más fascinantes, misteriosas y atrayentes de la historia del arte y sobre la que me apoyaré para hacer un relato de un lugar y una situación real de mi propia vida.
      El jardín, mi jardín, es la tabla central de esta obra, y hoy estaba casi desértico y en nada se parecía ya a la escena pintada por “El Bosco”, de hecho nunca se pareció demasiado al cuadro. Apenas se movían las hojas sueltas en el libro abierto que conformaban las papeleras que alguien había distribuido sin mucha acierto en la gran estancia. Apenas quedaba aire para nuevos transeúntes, pues el espacio habilitado en ella era lo sucinto para que respiraran los animales que allí habitaban, el polvo y la indolencia escampaban por sus respetos, aquello ni se parecía al edén que probablemente pudiese pensar el visitante que por primera vez posara sus pies en aquel vergel.
    Era difícil pensar que allí estaba la gran fábrica de sueños, y que era donde trabajaba el gran hacedor de plantas multicolores, de enormes y perfumadas flores, nadie podría imaginar que aquello era el gran taller de títeres, la factoría de ficción de la que se nutrirían todos los parques de atracciones del mundo. Allí se plantaban las semillas de lo que luego serian los bosques animados, las flores comedoras de antílopes, pero sobre todo allí vivía la luz, la luz que la fragua proporcionaba para abrir las puertas de la razón, esa misma que cerraban las ventanas de la gravedad.
    Allí estaba el misterio de la vida, la razón de ser de todo aquel vergel intocable e inerte. Aquel jardín lleno de las inmundicias que caían desde las ventanas de los pisos superiores, desde las altas torres de las factorías textiles, de los talleres de serigrafía y algrafia y de otras monsergas grafiables.
      Allí se depositaban los cadáveres de ilusionados trabajadores del arte, de infelices buscadores de la belleza, de artífices de todo aquello que ahora se pudría a mi alrededor, conformando  extrañas estructuras que aprisionan y oprimen a los personajes. Estas a veces son como pompas, otras como costras, o conchas. Pude comprobar directamente que el pecado se apodera del ser humano, lo corrompe y lo atrapa para siempre. Muchas de estas estructuras me recordaban a matraces, alambiques y demás artilugios vinculados al mundo de la alquimia.
   Había tal cantidad de detritus que no podía distinguir trazas de alguno de los cadáveres de los individuos creados por mi, seguramente ya habían sido devorados por las alimañas carnívoras, casi todas estas eran carroñeras. Manipulaban los esqueletos de los despojos humanos hasta hacer creer que esto habían sido ideados a imagen y semejanza suya. Entre los muchos seres que vi., creí reconocer algunos leopardos, panteras, leones, osos, unicornios, ciervos, asnos y grifones.
       Todo un bestiario era lo que allí vivía y que sin darse cuenta ensuciaban cada vez más su propia podredumbre, y que al vestirse con esas ropas y despojos se hundían metro a metro en el suelo húmedo y resbaladizo de la ciénaga que ellos mismos habían creado.
     Allí jugaban día tras día regodeándose de su creación, aquello si que era vida decían, que belleza nos rodea, que vida mas plena tenemos, algunos alzaban sus voces para que se les oyeran, para sentirse grandes y queridos, para llenar de ruido y música el vacío de sus vidas y la soledad en la que estaban sumidas sus almas, sus tristes, pesadas y negras sombras, las cuales arrastran por las escaleras subiéndolas por los gastados peldaños para luego tirarlas por las ventana y ver como rebotaban en el suelo, como explotaban al llegar al fondo de la ciénaga.  Luego a la salida volvían a recogerla, ungirla y alimentarla con los espíritus que habían  atormentado en los últimos tiempos y así poder llevarla un día más a la gran factoría en la que se había convertido su vida.
    Había pavos reales, símbolo de su vanidad, unos y otros se vanagloriaban de los colores irisados que habían robado de algún estuche de los despojos de los mortales que allí habían llegado.
     El carro de heno apenas podía moverse por la gran cantidad de basura que se había amontonado en los últimos años, pues ya todo era acumulado como basura, ya todo eran desechos y despojos humanos, trozos deformes de obras robadas, casi todas  inacabadas por la desidia de los cuidadores y estetas. Ni tan siquiera podía moverse el conductor del carretón, ya hacia años que ni cambiaba de posición, ya nunca bajaba a amontonar el botín de la expoliación. Su posición fija en el pescante hacía que todo pareciese una única pieza y sólo dejaba que se deslizaran por los bordes lo que sobraba, parecía mas bien un rebose liquido, una gran morrena que avanzaba lenta, pero inexorablemente hacia su propia destrucción.
    El rodal estaba sereno aquella tarde, ni tan siquiera aquellas maravillosas moscas metalizadas hacían zumbar sus nacaradas alas, tampoco se reflejaban en las sucias paredes que rodeaban aquel estercolero el centelleo dulce y pausado de las esmaltadas corazas de los moscardones que por allí pululaban día tras día para bañarse en las purulentas aguas de la tina usada para hacer pasta de papel. En aquel lugar ponían sus huevos en los bordes de las petrificadas plantas para que nunca pararan de crecer y multiplicarse la raza de moradores del lugar.
   Esta tabla central en nada se parecía a aquella que pintó el Bosco, como ya he dicho, pero resulta que cuando empecé la historia de mi jardín y sin premeditarlo observé que lo estaba mirando como en su día lo hizo el autor. Acababa de describirlo todo como yo veo esta tabla central, aunque no sea un jardín de delicias o placeres de la vida para mi, si hay que pensar que  lo es para el conjunto de aniquiladores de almas que por aquel lugar pasean diariamente, esas almas en pena que purgan sus pecados despedazando la vida que por allí aparece.
    Este lugar paso del Paraíso al infierno es en definitiva un limbo gris y maloliente lleno de rendijas y oquedades por donde miles de ojos escudriñan el valor de lo recaudado allí en siglos de expolio y posterior descuartizamiento de los primitivos y olvidados moradores del lugar, aquellos que fueron desposeídos de cuanto tuvieron para pasar a ser simples despojos humanos para luego mas tarde ser devorados por las alimañas que soltaban a diario como si de un circo romano se tratase.
    En la obra original, se quiere transmitir un universo de felicidad, sin dolor, enfermedad ni muerte, cosa que en mi jardín no se había conseguido. Aquello había derivado muy a la izquierda de la tabla, aquello era ya lo más parecido a esta última que mas adelante comentaré, y que es el infierno.
   El Paraíso, esta bonita primera tabla representa la vida, este postigo de la izquierda representa el Paraíso terrenal, y es el mundo que esperaba encontrar en el interior del recinto, del lugar, pues estaba lleno de belleza de vida y paz. Así lo representaban sus altos muros, sus saeteras cubiertas de duras rejas de hierro y desde donde se podía escrutar el oscuro y frío interior. Allí había jóvenes vírgenes talladas en madera del mejor cedro real, magníficos querubines bailoteaban entre nubes de serrín, también pude ver unos gordos y enormes angelotes custodiando el hangar de entrada de la tabla, estaba todo dispuesto y estudiado para favorecer el estado hipnótico en el que se sumía el ser al penetrar el dintel tan finamente tallado y policromado.
   Esta  pieza que como las otras está desprovista de perspectiva, y por esto coloca siempre la línea del horizonte muy alta para lograr profundidad y poder poner sucesivos planos que, a pesar de su independencia, se funden unos con otros nos introduce en el lugar donde nunca debimos salir, y que en nada se parece a lo que yo veía.
     Aquello no presagiaba nada bueno, presentía una extraña sensación, todo parecía falso, mal hecho, pero a su vez fascinante, penetraba lentamente en su interior como si fuera cuesta abajo, me deslizaba suavemente y sentía un nudo en mi garganta el cual no me dejaba respirar acompasadamente, por tanto mi resuello se hacía cada vez más angustioso, me faltaba el aire, el cual cuanto más penetraba mas denso y fétido se encontraba. Sabía que no estaba en el camino de la antesala de algo tan bello como había creído. Aquel era un camino equivocado y lo peor era que no paraba, seguía avanzando hacia mi destrucción, era una sensación muy dura e intensa, me arrastraba conscientemente hacia el exterminio sin inmutarme lo mas mínimo, sin apenas parpadear.
      No habían escapado a mi mirada las maravillosas esculturas que asomaban de las hornacinas que decoraban el camino, clásicas y arrogantes reproducciones de escayola hábilmente iluminadas a mi paso, estas miraban hacia el infinito, proporcionándome con sus enormes dedos el sostén que necesitaba para seguir reptando hacia el fondo del camino, ese que se iluminaba según avanzaba para luego dejar paso a una densa y desagradable oscuridad.
   Nunca supe que tras mi paso estas estatuas perdían su piel y su carne, se derretían para dejar paso a un montón de enormes y gastados huesos de escayola. Realmente aquello si que era un “cadáver exquisito”. Yo sólo estaba formando este juego gracias a la facilidad que tuvieron los moradores del lugar para colocar cada elemento iluminado de tal manera que yo conformara la historia que os estoy relatando, y que sin ellos nunca hubiera podido hacer.
    El final de aquel centelleante túnel estaba cerca, aunque yo realmente nunca lo supe, porque ni siquiera el aire cambiaba su textura ni su velocidad, allí todo estaba muerto, indescriptiblemente mudo e inerte, sólo yo avanzaba por los angostos caminos que hacían que me doblegase a sus formas sinuosas frías húmedas y viscosas al tacto,  era difícil discernir los colores después de apagarse y encenderse cada uno de los focos que iluminaban las figuras, iba cegado por los focos.
   Definitivamente no se por qué aquello era la primera tabla del tríptico, no se quien me lo había dicho, pero lo cierto era que si mi vivencia no era una pesadilla, no había explicación lógica por la cual yo pudiera estar allí y que además fuera una parte de esa magnífica obra, seguramente todo tendría explicación, y si no, habría que buscarla de alguna manera, puesto que ya estaba tan inmerso en ella, y tan adentro de la estancia que probablemente sería mas corto terminar de avanzar y llegar al final, que desandar lo andado.
    Desde lo mas adentro de mi ser esperaba que todo fuera cierto, que mas adelante habría un lugar donde maravillosos pájaros multicolores danzaran alguna coreografía propia del mismísimo Domenico da Piacenza , animales salvajes abrevando junto a idílicos estanques y todo ello en un paraje surrealista y primitivo, una belleza insuperable había sido creada para adornar el último día de la creación, y yo estaba allí para verlo de primera mano, quizá aquello era lo que me hacía seguir avanzando en aquella cada vez más estrecha y angosta cueva.
    Aún no sabía que el demonio estaba escondido en los estanques, en la basura depositada tras años de acumulación, nadie podría imaginar que allí estuviera la guarida de los espíritus malignos. En la fuente de la vida había una estructura entre mineral y orgánica, con un orificio por el que asoma una lechuza, un explícito símbolo de la malicia, al igual que en la pintura que intento recrear.
       Hay una posibilidad aunque remota de que un elemento arquitectónico, similar a una flecha de una catedral, en el centro del cuadro, sea un símbolo fálico, símbolo de la autarquía que allí reinaba y del que surge la serpiente que se enrosca al Árbol de la fruta prohibida. Los extraños contornos de esos montes rocosos del fondo indican una posible perturbación de la pacífica convivencia. Bonita representación de mi jardín que hiciera Bosch siglos atrás y que yo podía ver por primera vez en el patio de mi escuela.
    Me encuentro nuevamente en la primera parte de la historia, vuelve a cerrarse el circulo, estaba viendo el último panel, también es conocido como El infierno musical, por las múltiples representaciones de instrumentos musicales que aparecen. Se ignora por qué El Bosco asocia la música con el pecado. Ha pintado los tormentos del infierno, a los que está expuesta la Humanidad.
   Describe un mundo onírico, demoníaco, opresivo, de innumerables tormentos. Es una tabla muy sombría en relación con el colorido de las otras dos: tonos lívidos del infierno de hielo, vivas llamas del infierno de fuego.
    Veo frente a mí la típica imagen del infierno, con fuego y torturas. Las arquitecturas están sumidas en extrañas iluminaciones fosforescentes y gelatinosas, fruto de todo lo que rebosa de las ventanas superiores. Una luz rojiza alumbra la estancia, es el incendio, que realmente representa el paisaje nocturno de una ciudad en llamas, y que en mi retina no es más que la fragua que está encendida para calentar el hierro del taller de forja.
     La atmósfera resulta totalmente demoníaca. Hay un cuchillo unido a dos orejas, esto es un genital masculino, También hay una gaita que un monstruo sostiene sobre la cabeza podría ser un elemento homosexual o, tal vez, femenino, todo aquí es tan controvertido como en la propia obra, o incluso en la vida real.
     Destaca un personaje con cabeza de ave rapaz sentado en un retrete, y con una caldera en la cabeza. Se piensa que podría ser el poder que domina todo aquello que estaba frente a mi, aquel que ordenaba las decapitaciones diarias para luego devorar a los condenados y defecándolos en un pozo negro en el que otros personajes vomitan inmundicias o excrementan oro, esto último quizá como alusión a la avaricia. Bajo el manto de Satanás una mujer desnuda es forzada a mirarse en un espejo convexo colocado en las nalgas de un demonio, aludiendo al pecado de la soberbia.
     Por último veo a lo lejos a un grupo de jugadores (hay dados, naipes, tablero de backgammon, una mujer desnuda portando una jarra) atormentados y torturados por demonios en medio de un gran caos, todo lo cual alude a la pereza, la lujuria, y la gula. Pero lo que mas me impactó en aquel instante fue ver a un hombre abrazado por un cerdo con velo de monja, probablemente aludiendo a la lujuria. ¿Como es posible que estos seres vivan entre nosotros y apenas nos demos cuenta?
  Aquello hizo que cerrara la tabla, que me esforzara  en ver este libro cerrado desde el principio y que es “La creación del mundo”, aquello  me tranquilizó sobremanera, mi respiración se iba haciendo mas regular y pensé para mis adentros y desde lo más profundo de mi ser”su realidad no tiene por qué ser la mía, su mundo no es el mío”. Y así es, sus frustraciones no deberían de importarme ni influenciarme, puesto que yo no soy ningún diente de su oxidado y obsoleto engranaje.
    Así comenzó un nuevo curso en mi escuela y así comprendí el mundo que nos mostró Hieronymus Bosch en su obra “El jardín de las delicias”.

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