martes, 25 de septiembre de 2012

EL ÁBACO UNIMODULAR

          Sabía que nuevamente se iba a repetir, notaba la misma sensación de soledad de desasosiego, siempre en el mismo momento de la vigilia, un instante antes de conciliar el sueño. El estómago me avisaba de que ocurriría nuevamente y poco podía hacer para remediarlo.
     Nunca sucedía siguiendo el mismo patrón, aunque era mas frecuente depuse de unos días de ocio, de un tiempo de desatención de las obligaciones propias de la edad en que me encontraba en cada estadio de mi pobre existencia.
      En esta ocasión, como en cualquier otra, normalmente de lado en la cama, apoyado en el costado izquierdo y por supuesto con los ojos cerrados, divagando sobre los últimos proyectos a ejecutar y justo antes de vencerme el sueño, estaba a punto de repetirse, después de casi cincuenta años, irremisiblemente todo se alineaba para volver. Lo sabia, nunca era igual, pero mis entrañas me avisaban, mis músculos se relajaban y la respiración era lenta y acompasada, era la calma que precedería a la tempestad.
      Una noche mas me encontraba a su merced, sin opción alguna de defensa, sabia que lo mejor seria dejarme llevar, sumirme en la catalepsia en que sabia envolverme después de haber perfilado un nuevo proyecto. Tenía el secreto para liberar gran cantidad de endorfinas gracias al autovanagloriarme después de haber creado una nueva meta para el día siguiente, o al menos para un futuro próximo.
      Llegó a ser tan recurrente en una época que incluso me gustaba, pues siempre he tenido una pequeña vena masoquista. Muchas veces he buscado el dolor psíquico para así poder compadecerme de mi mismo, para poder autoconvencerse de lo desgraciado que era aún en los mejores momentos de mi vida como es el actual. Tengo mucho más de lo que necesito y merezco, mi vida es plena. Una mujer maravillosa y guapísima a la que adoro me acompaña en todos mis proyectos y despropósitos, apoyándolos en todo momento. Un trabajo al que dedico el tiempo que me apetece y con el que consigo toda la adrenalina que necesito para ser feliz. Estudio arte desde hace bastantes años, cosa que me mantiene despierto y alerta, puesto que siempre me ha gustado destacar y creo, sobre todo creo. Esa es la parte más hermosa de mi día a día. Ya van para treinta y cinco años creando, investigando y estudiando, en los cuales ha habido etapas muy productivas como es esta en la que me encuentro. Momento actual muy importante en mi actividad artística, donde he dado a conocer al mundo parte de mi producción creativa.
       No recuerdo cuando las sensaciones se convirtieron en tangibles, pero si cuando las plasmé en soporte físico. Tendría unos doce años cuando un día en clase de dibujo nos propusieron hacer un retrato de nuestro padre. En ese momento me decidí a transcribir en unos papeles mis inquietudes, mis miedos. Aun lo recuerdo muy vivo. Era él en el primer tercio inferior, un busto con pelo, barba puntiaguda, rostro enjuto e inexpresivo. No era él ni pienso que nunca pretendió serlo, pues realmente lo que me interesaba era la parte superior del conjunto. Allí estaba ese momento tan especial y frustrante que me ha acompañado durante toda mi vida. Ahí intenté hacer partícipe al mundo de mi yo mas profundo.
      Un enorme ábaco en escorzo que se perdía en el infinito y del que solo se vislumbraba una bola y un solo alambre. Ese era el verdadero motivo de la obra. De él pendía un cartel en el que rezaba una orden seca y rotunda “al colegio”
      Este trabajo casi me cuesta un disgusto, puesto que en aquellos entonces le gustaba ver mis dibujos, y al preguntarme por el tema del mismo le dije que era él (siempre fui muy directo) intentó que le explicara si realmente lo veía así, a lo que le respondí que no, que solo era un trabajo para el colegio.
      Este legendario instrumento de cálculo era el preámbulo de mi caida vertiginosa y vertical, el momento antes de pasar el dintel de la “no hay vuela atrás”.
     Cuando en la penumbra de mis pensamientos veo ese lejano artilugio, casi inmaterial, de colores neutros o en blanco y negro (realmente no lo se) es el momento en que se constriñen mis entrañas, se que ya esta de nuevo el gran agujero al que me va a llevar la enorme bola. Y a tal velocidad que me dejará totalmente aplastado contra el colchón, sintiéndome insignificante e indefenso.
     Ya todo vuelve a repetirse, el mismo patrón, la misma desilusión, el mismo pesar y la misma pena. Es el reconocimiento del fracaso, de la inutilidad de todo lo hecho, que no es nada y finalmente la imposibilidad de realizar nuevos proyectos, ya sean impuestos o deseados por mi.
      Dejo este relato inacabado, pues puede que algún día cambie de forma o desaparezca conmigo para siempre, en cuyo caso descansará en vuestros corazones uniéndose a vuestro sueños y anhelos, formándose así un nuevo mundo onírico que nunca podré compartir, pues habría dejado huérfano mi ábaco unimodular, mi ascensor unidireccional y automático. Ya nunca más me llevará al fondo de mi propia alma.

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