martes, 25 de septiembre de 2012

RATAS EN EL HORMIGÓN

     Era un verano cualquiera, solo lo diferenciaba del resto en que era el año 1975, ya era todo un hombrecito, salía con mis amigos, mas bien con los amigos de mi hermano Mariano (abuelo de Carmen) había terminado el curso, bastante mal por cierto, pues en aquello tiempos también me daban igual las clases; si como ahora, nada tenia verdadero valor, era una imposición mas de tantas como soportábamos, pero aún así nos dejaban salir algo muy poco pues los dos como malos estudiantes teníamos muchas horas de estudio al día durante las vacaciones, nada especial, ya lo hacíamos el resto del año, pues teníamos un horario de estudio de cuatro de la tarde a nueve de la noche, esto desde los diez años hasta los diecisiete, nada importaba mucho, los dos sentados frente a libros y a esperar día a día que se terminara la jornada y así sucesivamente año tras año.
      En los momentos en que nos dejaban salir, pues costaba mucho ese permiso podíamos ir a la terraza del edificio con nuestros vecino y amigos, Freddy (murió de un aneurisma hace unos años) vivía en el segundo y Lolín que lo hacía encima de nosotros, en el último piso. Allí escuchábamos música con nuestros radio cassettes, nos contábamos nuestras penas y alegrías, jugábamos, nos peleábamos, de todo un poco, pero ya en aquellos tiempos se empieza a ser mas reflexivo, ya interviene el genero femenino en casi todas las conversaciones (“ pivas” decíamos allí).
      Nos preparábamos para la guerra, en la noble lucha de las artes marciales, nada en concreto, solo fue una moda pues en esa época fue cuando en la televisión ponían Kung fu, que fue una premiada serie estadounidense producida entre 1972 y 1975 protagonizada por David Carradine.
      Nos contábamos nuestros escarceos con las pivas, sobre todo Freddy, que él si ligaba, Lolín también, pero menos, él nos ponía al día de todo lo relacionado con el genero opuesto, además ellos dos tenían hermanas, con lo cual lo tenían mas fácil para conocer a nuevas pivas, los demás nos conformábamos con el entorno cercano, que bien nos parecía un paraíso inalcanzable, supongo que ellas se sentirían como reinas, eran nuestras princesas, no cabían mas en nuestro universo.
     Durante los siguientes dos años todo fue vertiginoso, todos llegamos a tener novia formal, ya ninguno teníamos mucha relación, nuestros criterios habían cambiado, las amistades e incluso la forma de vestir. Ya unos empezaron a trabajar, yo dejé de salir para estudiar y prepararme para mi entrada a la Universidad que seria en Granada, dejando para siempre Las Islas Canarias, algunos se casaron con esas novias, pero ya ninguno sigue con ellas, en fin la vida cambio y mucho para todos.
      Pero volviendo a esa azotea del edificio, retomando el inicio de la historia, recuerdo que sentados en una lona del ejercito que teníamos y hablando siempre estábamos hablando, no se que tendríamos que hablar tanto, pero así era, nos comentó Freddy que su preciosa ratita blanca había muerto, era un animal muy juguetón que llevaba en su bolsillo a todas partes, aún recuerdo su carilla tan bonita, su movimiento de nariz sus dientecillos…
      Alguien tuvo la genial idea de enterrarla en hormigón, en un cubo de cinc que había allí, así que rápidamente lo dispusimos todo para rendir los honores pertinentes a tan regio animal. Seria una experiencia cuando pasaran varios años y la rescatáramos de su encierro; ver en que estado estaba el pequeño roedor.
       Pasados algunos meses procedimos a la exhumación del insigne animal, encontrándolo casi en las mismas condiciones en que lo habíamos dejado, supongo que lo tiraríamos todo y lo olvidaríamos, a al menos así fue en mi caso.
     Treinta y cinco años después, ya afincado en Granada casado, felizmente casado, en un sueño, un mal sueño me viene el recuerdo de aquel animal, encerrado en su jaula de hormigón, sin poder respirar, asfixiándose lentamente, sufriendo por tener aprisionado su cuerpo por las frías paredes que lo retenían, que no lo dejaba moverse, el animal no moría, pero sufría minuto a minuto, segundo a segundo su confinamiento, por momentos ese sufrimiento me lo contagiaba a mi, comencé a sudar, a respirar entrecortadamente, supongo que estaría bocabajo y me costaba respirar, yo era esa rata enjaulada, estrangulada, nada podía hacer, no se cuanto duró aquello, ni siquiera sabia si estaba dormido o despierto, solo se que necesitaba escapar de esa masa de aglomerado que no me dejaba tomar aliento. Desperté si desperté sobresaltado, respirando profundamente, híper ventilando, notaba un ahogo intenso, cuanto mas aire aspiraba mas necesitaba, aún hoy escribiéndolo, empiezo a notar ese ahogo en el que las sensaciones se anteponen a la realidad. Salí al balcón, necesitaba ver que había espacio libre para respirar, para moverme, pero aún así tarde mucho en recobrar el equilibrio emocional, acompasar mi respiración. Fue duro, muy duro ser rata aunque fuera por un breve espacio de tiempo.
     En tres a cuatro ocasiones volvió a repetirse el episodio. Este duro recuerdo que hoy comparto con vosotros remitió y de momento no ha vuelto a sobresaltarme. Espero que esta evocación no despierte a la malhumorada ratita y se introduzca nuevamente en mis sueños.
    Mi intención y anhelo en esta historia es que haya sido capaz de representar mi sueño con realismo y hayáis podido pasar un momento de sobrecogimiento seguido de alivio para que finalmente esbocéis una sonrisa pensando en la entrañable ratita blanca y su amable interlocutor.

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