lunes, 24 de septiembre de 2012

LA CATEDRAL DE GRANADA

           A ambos lados de la fachada principal de la catedral de Granada debían levantarse sendas torres de las cuales una quedó en proyecto y la otra sin terminar. El basamento de ésta es de la época de Diego de Siloé; Juan de Maeda llevó a cabo lo restante del primer cuerpo entre 1564 y 1569;
      La torre de la catedral de la Encarnación consta de tres cuerpos: el primero tiene pilastrones con hornacinas, grandes arcos y entablamento de orden dórico. El segundo es jónico, con dobles pilastras y otros arcos dentro de los cuales se ven portaditas sencillas; y el tercer cuerpo ostenta columnas corintias, entre las cuales se dispone un amplio arco de medio punto que cobija un triple hueco para las campanas. La sobriedad de sus elementos y el empleo de soluciones puramente arquitectónicas para decorarla denotan la avanzada fase de nuestro Renacimiento en que se efectuó la construcción.
    Todos las tardes oigo el tañir de las campanas de la torre de mi catedral, todas las tardes a la misma hora desde hace cuatro días sin faltar ni uno, siempre sentado en el suelo, mi mirada fija en esa mole de piedra, majestuosa y fría, ella a su vez me envuelve en su sombra, en su silencio en su paz sobre la plaza de las Pasiegas. Ella que con sus dieciséis campanas dispuestas en dos plantas, me insta a plagiar su belleza anacrónica en mi cuaderno de dibujo, ella que aún sin terminar me deja absorto y sin energías varias horas mientras voy esbozando, redistribuyendo y ensuciando mi hoja de cálculo en forma de líneas y sombras.
   Esta Encarnación me tiene cautivo estas últimas tardes y durante muchas más hasta que pueda reconstruir lo deshecho el día anterior, lo borrado con mis manos, con mi sudor, con el dolor de la obra inacabada por la desgracia de no saber interpretar el arte.
   Tarde tras tarde vuelvo a sentarme en el mismo lugar, a la misma hora, con mis cinco sentidos clavados en la piedra, en los arcos, en sus maravillosos frisos, en sus estáticas columnas intentando descifrar el maleficio que hace que mis líneas de fuga nuevamente  hallan hecho honor a su nombre y a mi vuelta ya nos estén en su lugar de origen.
   Cuando me levanto del suelo con mi pantalón mojado de sudor, con mi camiseta empapada y ya recompuesta mi sonrisa, guardo mis lápices, cierro despacito mi cuaderno, intento ver algo más, pero me doy cuenta que no hay nada más, la plaza se va vaciando lentamente y que todo volverá a comenzar mañana. Yo volveré despacio, con mi pantalón limpio y seco y todo volverá a comenzar.
   Al llegar a casa, me doy cuenta que estaba equivocado, ese día sí hubo algo más, al parecer, se había venido conmigo una de las dieciséis campanas de mi torre, un trozo de la catedral me había acompañado a mi casa, pero no era solo el sonido del duro metal al ser golpeado con el martillos electrificado lo que me había traído al barrio Fígares. Era una verdadera campana, que colgaba de unos maravillosos hilos de oro pintados con lapislázuli. Era muy grácil, parecía liviana y venia envuelta en maravillosos tejidos de ultramar, era una obra migrada desde México.
   Albertina Tafolla había dejado sutilmente en mi buzón su obra, una maravillosa filigrana tejida, era una campana de mi catedral, era un trozo de aire envuelto en finas gasas, era un maravilloso vestidito de organdí que traía un mensaje “Migro para conocer el mundo a través del otro”.
   Muchas gracias amiga por tan bonito entrañable y artístico libro.

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