lunes, 24 de septiembre de 2012

EL SENDERITO DE GALERA

            Hoy la he vuelto a ver, iba por el senderito, como siempre, con su paso firme y seguro, me encantaba sentarme al verla como sonreía a todos, un saludo y proseguía su camino, su vestidito de verano vaporoso y sus lindos zapatitos que envolvían suavemente sus pequeños pies.
   A pesar de que ya rebasó los cincuenta la sigo viendo igual, con su melenita al viento y recorriendo los lugares donde fuera tan feliz, por las laderas de los montes, por las riveras de los ríos. Sentada a la sombra de los olivos milenarios escuchando el trinar de los pájaros, el correr de las lagartijas a su paso, siempre hacia el mismo recorrido, ya me lo sabía y me gustaba esperar para verla llegar con sus sonrosadas mejillas y su amplia sonrisa dibujando y marcando aun más la redondez de su cara.
   Hacia años que ya no paseaba con sus amigas, con sus primas, con las primas de sus amigas, ya siempre iba sola, pero el paso era el mismo, la sonrisa era mas forzada, ya le costaba mirar directamente, pero seguía viéndola igual, tímida y feliz por el senderito que lleva al río, jugueteando con alguna rama o haciendo un pequeño ramito de flores silvestres que luego colocaba en su pelo ya rizado, mejor arreglado, pero mas corto.
   Es cierto que estuvo algunos años sin pasear por el viejo y polvoriento camino, ya no venía de vacaciones, ya apenas si la recordaban algunos, poco se sabia de ella, había emigrado hacia años, era lógico, siempre supe que seria algo en la vida, era la mas decidida, la mas correcta y sensible del grupo que paseaba junto a mi verja verano tras verano. Primero jugando, cuchicheando entre ellas, luego ya con algunos chicos del pueblo, e incluso la vi cogida de la mano con algún mozo, pero su paso era el mismo, sus veraniegos vestidos los había cambiado por pantalones y el pelo siempre recogido en una elegante coleta rematada con un pañuelo de seda a juego con su camiseta o con su cinturón.
     Sabia que vendría este año también, le gustaba la vendimia, se había convertido en una mujer madura, pero muy jovial, sabia que volvería a pasear por delante de mi verja, pero también pasaría por delante de la casa de su abuela, siempre la veía pararse y coger aire, la notaba intentar recordar los olores del café recién hecho de su cocina, el olor a rancio que salía de los gallineros y conejeras. A veces se sentaba en frente, esperando, intentando verla de nuevo con su ropa negra, con su semblante tranquilo y su cara marcada por mil surcos de su dura vida en el campo.
    Sabia que volvería al cortijo a luchar por sus vinos por los que tanto han trabajado y luchado, y que tan bien saben hacer. Esas viejas viñas “vitis vinífera sylvestris” han dado su sabiduría para recrearnos el paladar, para darnos esa chispa que nos hace ser un poco más felices, un poco más habladores. Ese magnífico vino llamado “Cortijo de Montoro” que dulcemente produce su hermano José Manuel.
    Sabia que también visitaría el cementerio, cada vez había mas cruces conocidas, cada vez era mas familiar y triste a la vez el camposanto donde antes solo iba a jugar, ya las tapias no las usaba para ponerse a la sombra, ni los altos cipreses eran tan gráciles, ahora estos eran serios majestuosos y negros.
    Sabia que vendría, que volvería a verla de espaldas mientras giraba la ultima curva que la llevaba al puente que unía o separaba los  ríos, según queramos ver. Allí estaría ella sentada en el quitamiedos de la carretera observando el disminuido caudal de agua que lleva el río este verano.
    Sabía que vendría, porque  he visto a esa niña nuevamente en el senderito. Allí estaba, como siempre de espaldas, con su vestidito vaporoso, con sus zapatitos tan lindos que siempre llevaba, con su melenita al viento. Había vuelto a verla, pero esta vez ella estaba envuelta en un halo de misterio, estaba encerrada en innumerables puertas cerradas, había que abrirlas todas para poder volver a contemplarla, pero no solo eso, sino que además antes había que abrir una coraza fuertemente anudada con correas de cuero y que solo dejaba pasar el aire por unas rendijas abiertas a modo de gateras en las que se podía leer una leyenda que ponía “SENDERITO”. Eso no era todo, aún, para llegar a la armadura había que desanudar otra piel, esta piel de chivo curtida y sin teñir era el primer envoltorio que protegía a la niñita, a Reme, en ella se podía ver el mapa que dejó tras de si al irse a Barcelona, un mapa como el del tesoro, hábilmente trazado, fuertemente pirograbado en la piel, en su piel que se tensa cada vez que deja nuevamente su Galera, su tierra.
    Este maravilloso libro que tiene colgado Reme Domingo Martínez en la red ha sido capaz de llevarme por su caminito dulcemente trazado, para que todos viéramos su vida.
     Agradezco profundamente a esta granadina universal tan maravilloso regalo hábilmente facturado y realizado con tan grandiosa sensibilidad.

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