martes, 25 de septiembre de 2012

LOS PECADOS CAPITALES

     Era la primera vez que me mandaban estudiar “de memoria”, recuerdo por mi situación en el aula que rondaría los seis o siete años, “esta tarde te traes aprendido de memoria el capítulo de Viriato” , me dijo mi maestra Mari. Así lo hice, según llegue a mi casa me senté en la silla de tapizado verde con estampados blancos a modo de pajitas y con mi pies colgando me dispuse por primera a estudiar por primera vez de aquella forma tan extraña.
     Este contacto primero con el estudio fue debido a mi gran memoria, que siempre utilizo con fines malvados que atormentan mi espíritu, puesto que los recuerdos son tan frescos y puedo retener tantos detalles que pareciera que fuera ayer el suceso, condicionándome a la situación vivida en el momento que me ocurrió aquello que se me antojaba rememorar. Al darse cuenta mi maestra de mi condición, decidió dar un paso mas conmigo, cosa que se repetiria a lo largo de mi vida.
     El resultado no fue demasiado bien , pues si el tema lo recordaba a la perfección, no lo había hecho según se me habían indicado “ de memoria”, lo cual significaba nada mas y nada menos que repetir el texto tal cual lo habían escrito.
      En estos recuerdos cercanos hay uno muy especial relacionado con mi familia, mas en particular con mi padre, personaje que ya conocéis por alguna historia, pero en esta mi progenitor me lleva por caminos que nunca mas volví a dejar.
      Como siempre mis hermanos Mariano (el mayor) y Francisco (el tercero), en aquellos entonces éramos tres, nos disponíamos a jugar después de haber colocado estratégicamente los indios y pistoleros por el suelo, bien parapetados por todo tipo de mobiliario y el “robón” (teníamos prohibido decir ladrón) en fuga, me encontraba yo nuevamente con lo que pareciera miedo escénico, pues me era imposible salir al primer acto del juego. Así era, nunca fui capaz de ponerme con esos juguetes a construir una historia, no sabia como manipularlos para conseguir una realidad que me llevara a disfrutar como cualquier niño, como hacían ellos, se capaz de construir conversaciones y guerras, de destruir fortificaciones y alzar nuevos conquistadores. Solo y desesperado por mi ineptitud y necesitado de hacer el mal, solo me quedaba pedir mis juguetes para desaparecer del lugar de las rencillas de plástico, no sin antes haber dado alguna patada para intentar boicotear el lugar de su disfrute.
     Un día cualquiera después de intentar por enésima vez jugar yo también y después de descubrir nuevamente que “no sabia jugar” se me acercó mi padre (Paco), semblante serio y con su voz ronca me dijo cogiéndome fuertemente del brazo “siéntate en el sillón y no te muevas de ahí hasta que yo te lo diga”. Misión cumplida, nuevamente castigado así si podía sentirme desgraciado, incomprendido, podía estar enfadado con razón.
     Aquella ocasión fue diferente a todas, se acercó a mí con un libro bien gordo, aunque con el tiempo se convertiría en una novela y no demasiado grande. Con su rictus característico, el bigotito estirado y el seño fruncido me ordenó que leyera uno de los capítulos, el sexto para ser más exacto, pues el autor había enumerado los capítulos del uno al siete, siendo cada uno los pecados capitales, habiéndo preparado para mí “la envidia”.
     Con gran malestar y desidia me disponía a eternizarme en leer aquella cosa que me obligaba. Debemos recordar mi corta edad, nunca había leído más allá de tebeos con dibujos y lo estrictamente escolar.
Supongo que tardé mucho en empezar a leerlo, conociéndome estaría mirando mucho tiempo sin ver aquel capitulo que con grandes letras capitales me recordaba que mi defecto era grande y debía de purgarlo. Realmente nunca sabré si ese capitulo elegido fue por el impulso de hacerme reflexionar, cosa muy difícil por mi edad o por el contrario fue porque realmente el resto de los pecados y la forma de relacionarlo en la novela era demasiado fuerte para mis pobres entendederas.
     En algún momento me di cuenta de lo delicioso que resultaba leer, sentirme transportado a otros mundos a otras fantasías diferentes de las que yo diseñaba. Ya todo fue distinto, desde entonces devoré ávidamente todo lo que se me ponía cerca y en cuanto tuve edad me saqué el carnet de la biblioteca pública, la cual visitaba asiduamente todas las semanas, leyendo allí y sacando sistemáticamente tres libros a la semana durante bastantes años. De los demás capítulos no recuerdo el tiempo que transcurrió hasta que me dejara leerlos, tampoco importa.
   Años después, realmente muchos años después encontré la fantasía que me hizo introducirme en el maravilloso mundo de los libros, estaba en un cajón de la casa que tienen mis padres en la playa, aun vivía el. Que joya me acababa de encontrar, los siete pecados capitales, volví a rememorar aquellos días, aquellas luces y sombras. Aun lo conservo y mantiene todo el poder y la fantasía, pero obviamente muy apagada, muy atemperada, pues la verdad es que era una novela muy ligera.
    Mis hermanos siguieron jugando unos años mas, yo en ocasiones me encontraba algo mas tranquilo y mis padres…Bueno mis padres en aquellos tiempos eran eso, ni más ni menos que “mis padres”.

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