domingo, 23 de septiembre de 2012

Narciso, Bilbao y Urban Sketchers

     Sabía que no debía hacerlo, pero nuevamente volví a repetir mi error, mi pecado, era adicto y lo sabía, no podía reprimir mi necesidad de recaer, pero esta vez todo iba a ser diferente, ya nada sería igual desde ese momento, además sólo faltaban dos días para salir de viaje y eso condicionaría todo el recorrido que haría.
   La dificultad añadida del suceso en ese momento consistía en que no podía hacer nada para arreglar aquella situación que yo mismo había  propiciado por mi acción compulsiva y reprobable desde cualquier punto de vista, aquello marcaría todos mis movimientos, toda mi vida durante mucho tiempo, aún no se hasta cuando, pues escribo esto solo diez días después del convulso instante en que ocurrió todo.
  Pasaron los dos días hasta llegar el inicio de mi viaje, ya había notado esos cambios, ese golpe de timón del destino que yo mismo había coadyuvado por mi actitud reprobable, todo parecía distinto, más deforme, pero a la vez más íntimo, más cercano, aquello que comenzaba como un placentero viaje cultural y gastronómico no sabía como podría terminar después de los cambios que acababan de comenzar.
  Al principio todo fue de una manera suave, pausada, me dejaba llevar, pues no sabía navegar en esas nuevas aguas, unas veces someras y otras muy agitadas, mi barca se dejaba llevar, pues aún no manejaba bien la botavara de mi balandro y deseaba aprender a sortear los peligros que podía encontrarme en mi singladura.
  Al tercer día de nuestra estancia en Bilbao, ciudad de destino de nuestro viaje fuimos a visitar el  Museo de Bellas Artes, era un día lluvioso a pesar de estar en medio de un caluroso verano. Mis zapatillitas rojas estaban mojadas (el diminutivo es por el número que calzo, un 39, además, ya me las había terminado mi zapatero, después de mas de un año de espera) Queríamos ver una maravillosa exposición, esta era: Goya. Estampas de invención. Caprichos, Desastres, Tauromaquia y Disparates.
   Que grabados mas fabulosos, 244 estampas estaban distribuidas por varias salas, el placer de contemplarlas de cerca, de casi tocarlas hacia indescriptible aquel momento, ver su delicado dibujo, esas precisas incisiones en el duro metal, hacía que el momento fuera muy especial, conocer de cerca su estilo a la hora de interpretar las escenas que había creado. Era una experiencia especial sentir sus delicadas aguatintas, notar su pincelada de barniz al realizar las reservas en el metal antes de pasar a morderlas, de estudiar detenidamente las intervenciones del bruñidor para dar esas luces tan potentes en sus estampas. El grano de las resina tan gruesa que usaba en algunos momentos para lograr dar mas intensidad al conjunto y así centrar todo el interés en el lugar de la escena. Fascinantes situaciones concebidas en momentos difíciles y que representaban un avance cualitativo en la forma de interpretar, de representar situaciones imposibles y maravillosas visiones que tardarían muchos años en comprenderse y que incluso encabezarían manifestaciones artísticas de gran importancia, las cuales yo amo.
    En una pequeña sala lateral encontré algo muy especial, unos cuadros de artistas españoles de renombre, una mesa- vitrina con útiles de grabar, unas planchas de cobre ya terminadas y sus respectivas “pruebas de estado”. Al fondo había una pequeña estancia en la que proyectaban un video en el que de modo abreviado enseñaba todos los procesos del grabado, desde la limpieza primera de la plancha hasta su estampado. Estaba bien y era muy didáctica, de una manera sucinta enseñaba todos los pasos a seguir, siendo esta visionada por todo los asistentes de una manera muy interesada, nadie se movía del lugar hasta que no terminaba.
   La situación hacía que se concentrara gran cantidad de personas en la estancia, y por el contenido de la sala se hacía indispensable una luz más tenue que en el resto del museo. Pero yo, al primer golpe de vista descubrí algo que sobresalía del resto de las obras, y que por  descontado eran magníficas, pero aquella que me impresionó era la de un artista al que admiro y que nunca había visto desde tan cerca, era un cuadro que pasaba desapercibido para el resto de los visitantes que por allí pasaban, me encontraba frente a Lying Figure in Mirror (Figura tumbada en espejo), de Francis Bacon. Las sensaciones que me recorrieron por todo el cuerpo fueron indescriptibles, así que no voy a hacerlo. Fue un momento tan íntimo, que me lo voy a reservar. El resto de la exposición ya la observaba desde otro lugar, desde otra dimensión a la que me había transportado este gran maestro al que admiro.
   Realmente en aquella visita al templo del arte en nada había contribuido los cambios acaecidos por causa de mi pecado, realmente todo parecía igual. Pero por esta circunstancia me he saltado dos días de mi viaje, para pasar ya directamente a relatar la causa y el efecto real de las alteraciones que habían sucedido en mi vida.
    El segundo día fuimos al “Museo” al Guggenheim, sobre todo quería ver la estancia, la obra, pero también el arte que estaba expuesto en su interior. En ese momento había un pintor nacido en Bradford en 1937, David Hockney, del cual sabía muy poco, pero me parecía muy interesante su obra.
     Comenzamos la visita viendo su pintura Gran Cañón del Colorado, estuve observándola durante un buen rato, pues por sus grandes dimensiones necesitaba verla por partes aun estando bastante alejado de ella, tuve unas agradables sensaciones, luz y color en todas sus intensidades. El mapa estructural aparentemente caótico debido a la imposibilidad de trazar líneas imaginarias sobre la extensa superficie me parecía inviable de realizar en ese momento, así no podía empezar a comprender la forma de crear de este nuevo artista para mí.
   Después de un buen rato empecé a entender parte del significado del conjunto, era una maravillosa representación casi onírica del lugar previamente fotografiado y estudiado; en él combinaba grandes espacios cubiertos de colores cálidos, muy calientes para ponernos en situación, juega con la perspectiva hasta extremos insospechados, sacándonos en muchas ocasiones de la línea real del objetivo.
  Aquella visión me gustó, tuve que volver mas tarde a seguir disfrutando de aquella obra después de ir comprendiendo la forma de plasmar su forma de representar la realidad, su realidad.
   En una gran sala, muy bien iluminada se alzaba una gran obra, espectacular, de tamaño inmenso The Arrival of Spring in Woldgate, East Yorkshire in 2011 (twenty eleven), era un óleo sobre 32 lienzos, y su medida era: 365,8 x 975 cm; (91,4 x 121,9 cm, cada uno).
    La imagen era espectacular, un maravilloso bosque se abría ante mis ojos, no podía dejar de mirarla, de apreciar sus maravillosos contrastes, pero no sólo estaba extasiado por ella, sino por el conjunto que se abría ante mis ojos, pues lo flanqueaban una infinidad de obras de menor envergadura, pero que desplegaban tal cantidad de tonalidades de verdes que parecía imposible de describir con palabras, aquello nunca lo había percibido antes, no sabía que tuviera capacidad de distinguir tal variedad de modulaciones en una sola gama de color, eran matices especiales, muy bien conjugados ya no sólo dentro de la obra, sino que también lo hicieron a la hora de colgar las obras, logrando un exquisito equilibrio.
   Me sentía feliz por el baño en que estaba sumergido, era toda una revelación, aquello nunca lo había visto, todo parecía perfecto, inmaculado, realmente estaba herido de muerte por el pincel del maestro, todo era impecable, excepto por un detalle, un pequeño detalle, y este era que dos días antes de mi viaje yo había cometido un error y aquello hacía que el sentido de las cosas debían de cambiar, algo estaba fuera de lugar desde entonces y aquí es donde desvelo el secreto, aquello que nunca debía de hacer, pero que ya no tenía solución.
   Volviendo atrás, a la visita al museo y a la llegada a este. Después de aguardar una larga cola y pagar las entradas, nos dan una “audio guía”, yo empiezo a usarla, pero rápidamente dejo de hacerlo, mi mujer si escucha lo que le van comentando de las obras, del edificio etc. y me comenta: ¿Sabes que usa un  iPad? .Ahora si que me puse a escuchar mi “aparatejo” para enterarme de todo lo que concernía a aquello que me había comentado mi mujer. En ese momento se volvía a cerrar el círculo, todo encajaba de nuevo, cosa que desvelo a continuación.
    En la revista “Arte” nº 161 en un artículo firmado por Pedro Alberto Cruz, en la sección “La penúltima imagen” y titulado “La pintura -pintura” había leído una crítica sobre la pintura actual y que transcribo literalmente un fragmento que viene a colación y me sirve de nexo de unión con el principio de todo el cambio y con el que he empezado la narración.
    “El principal problema al que se enfrenta actualmente la pintura no es ni mucho menos la obsolescencia de su medio, sino por el contrario, el anacronismo de los resortes discursivos que emplea para legitimarse…”
   “… Lo que sucede es que, con independencia de su calidad y vocabulario visual, el pintor parece haberse refugiado en una nostalgia del ser autentico de la pintura, absolutamente inaceptable en un contexto como el actual marcado por la desconfianza hacia cualquier tipo de esencialismo. Sin ir más lejos, David Hockney, quien en estos momentos llena con sus obras las salas del Guggenheim de Bilbao, no ha dudado en identificar su posición artística con la etiqueta de la “pintura- pintura”.
    Después de recordar estas palabras, después de descubrir nuevas fronteras y nuevos horizontes estoy en condiciones de contar aquello que descubrí intencionadamente días atrás, era un hallazgo muy importante para mi, aunque efímero en su conjunto.
    Llevo varios años dibujando en la calle, en el verano, en las calurosas tardes Granadinas, siempre sentado en el suelo, (creo que ya lo he contado en alguna ocasión) En muchas ocasiones se acercan los viandante a ver mi trabajo, mis sucios papeles, incluso en algún momento me han pedido que les enseñe los bocetos que había realizado anteriormente, cosa que ya acepto gustoso, aunque antes me molestaba mucho. En multitud de ocasiones me fotografían con mi obra, algunas veces con permiso, pero la mayoría lo hacen sin consultarme o disimulando.
    Hace unos meses tuve la curiosidad de buscarme en Internet (el pecado de Narciso) como “artista callejero”, “dibujante callejero” etc. en la sección de imágenes, para ver si alguna de las decenas de fotos que me habían hecho las hubiesen colgado en la red, pero no, no me encontré entre ellas. He vuelto a hacerlo hace unos días y seguí sin ver fotos mías, pero lo que si encontré fue una red de personas que como yo dibujaban en la calle y publicaban sus obras para que todos pudiesen verlas y admirarlas. Yo no las pondría nunca, pues son muy íntimas, forman parte de algo que no me gusta compartir, sólo mi mujer y las personas que me lo piden en la calle han visto mis esbozos.
   En general mi obra no ha sido muy valorada, y menos aún en la Escuela de Arte, pues tengo que competir con maravillosas copias y calcos que a ojos vista hacen muchos de mis compañeros, maravillosas litografías realizadas con fotocopias untadas con productos químicos. Fotolitos de fotografías para lograr unas serigrafías dignas de los mejores maestros y grabados conseguidos gracias a papel de calco para tener una maravillosa imagen final que difícilmente lograría este mortal.
  En esta ocasión la cosa es muy diferente, estos compañeros inscritos en la red hacen lo que yo intento, en su libreta plasman lo que ven y sólo eso. En estos momentos somos 267 inscritos en España y tenemos un manifiesto:

  1. Dibujamos "in situ", a cubierto o al aire libre, capturando directamente lo     
         que observamos.
  1. Nuestros dibujos cuentan la historia de nuestro entorno, de los lugares
          donde vivimos y donde viajamos.
  1. Al dibujar documentamos un lugar y un momento determinado 
  2. Somos fieles a las escenas que presenciamos. 
  3. Celebramos la diversidad de estilos de dibujo y utilizamos cualquier tipo
          de herramientas y soporte.
  1. Nos ayudamos mutuamente y dibujamos en grupo. 
  2. Compartimos nuestros dibujos en Internet. 
  3. Mostramos el mundo, dibujo a dibujo.
      
    Ya la ciudad es distinta, Bilbao fue diferente a como lo hubiera visto una semana antes, vi maravillosos edificios, bonitas texturas y aceras esperando ser llenadas por “Urban Sketchers”, que con sus cuadernos en ristre enseñen al mundo su obra sin miedo ni complejos. Poco a poco mis bocetos verán la luz como ya tantas veces me han aconsejado y nunca antes quise hacerlo. Con humildad espero que os gusten mis aportaciones a este nuevo mundo, porque realmente son dibujos y grabados “del natural”. Pocas planchas he realizado así debido a su dificultad, pero les tengo un cariño muy especial a ellas.
  Cuando veáis a colegas míos en el suelo recreando la atmósfera que los envuelve, pensad que lo hacen “por amor al arte”, pues estas obras se quedan para siempre en sus bonitos cuadernos.
    Después de todo, en este caso también en el pecado va la penitencia para mi regocijo.

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